El rostro de Charlotte era el de una vieja que hubiese llegado a centenaria. De la belleza que habĂa sido su orgullo pocos meses antes, ya no quedaba el menor rastro. Varios dientes se desprendieron sĂşbitamente de las encĂas y cayeron al suelo, con tĂ©trico repiqueteo.El ascensor se parĂł en el vestĂbulo del edificio. Las personas que estaban aguardando entrar, se vieron arrolladas de sĂşbito por una enloquecida estampida de hombres y mujeres, capitaneados por el ascensorista, que huĂan frenĂ©ticamente, profiriendo agudĂsimos gritos de terror.Un conserje habĂa reaccionado y guiĂł a dos policĂas hasta el ascensor. Sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la pared, habĂa una mujer, con los ojos desmesuradamente abiertos. Era una vieja que debĂa de tener lo menos cien años, supusieron los policĂas.