La patrulla de CaballerÃa habÃa sido duramente castigada. Ahora iba al mando del sargento Braggan. El jefe de la patrulla, segundo teniente Forbes, era poco más que un bulto azul sobre la silla de su montura. Apenas si podÃa mantenerse sobre ella, ayudado por dos soldados. Cuatro hombres habÃan quedado muertos en el desierto. No habÃan podido enterrarlos.