Todo empezó con un tropezón; un encuentro involuntario, pero de cierta violencia, lo cual provocó la caÃda del bolso de la dama, al suelo.Normalmente, esto es una cosa que suele ocurrir con alguna frecuencia cuando uno lleva prisa, porque el que camina delante la tiene mayor todavÃa. Si a ello le añadimos la transitada entrada de unos grandes almacenes en la hora de mayor afluencia de clientela, tendremos que el incidente, bien mirado, carece en absoluto de importancia.Estábamos, pues, en que habÃa tropezado con la dama. Yo no la vi, francamente, y eso que era una mujer que detonaba a mil leguas de distancia. Alta, cimbreante, de una delgadez casi increÃble, pero sin la menor huella de huesos en su exterior, poseÃa unas enormes pupilas verdes que relucÃan como fuego hecho de esmeraldas, y un cabello de un tono negro, del que un cuervo se habrÃa sentido, y con razón, terriblemente envidioso. Su boca era una pincelada roja en un rostro blanquÃsimo, pero bajo el cual se adivinaba, no obstante, latÃa una sangre cálida y ardorosa.