El coche rodaba velozmente por la irregular llanura, abrasada por el sol, dejando una densa estela de polvo que, merced a la quietud del ambiente, la atmósfera permanecÃa largo rato suspendida en el aire. El conductor, que viajaba solo, ignoraba que habÃa unos ojos que espiaban su viaje, situados tras unos potentes prismáticos. El hombre de los prismáticos tenÃa además un pequeño transmisor portátil de radio. Estaba situado a media ladera de una loma de irregulares contornos, detrás de unos resecos arbustos que disimulaban por completo su figura. Más a lo lejos, se extendÃa la llanura calcinada del desierto, en la que apenas si crecÃan algunos raquÃticos cactos y mezquites.