Deteniendo el caballo, el jinete contempló el paisaje durante unos instantes. Estaba en un profundo valle, de poca anchura y paredes muy empinadas y angostas, tanto que más parecÃa un cañón, cubierto de césped y arbolado. Por su centro corrÃa un riachuelo de varios metros de anchura, el cual, de repente, sufrÃa una caÃda de seis o siete metros de altura, saltando por el borde de lo que parecÃa ser una gigantesca taza situada entre dos peñas de regular tamaño.La taza sobresalÃa como cuatro metros de la vertical del muro sobre el cual estaba situada, y arrojaba las aguas sobre un remanso rodeado de frondosos álamos y elevados pinos. El remanso, a unos cuarenta metros, se estrechaba nuevamente, para formar una serie de rápidos que caÃan por un plano lo suficientemente inclinado para dar al agua una rapidez vertiginosa de que hasta entonces, excepto en la diminuta catarata, carecÃa.