EL autobús iba lleno, por lo que algunos pasajeros tenÃan que viajar de pie, agarrándose a las correas que pendÃan de las barras suspendidas del techo. Sandy Thomas Aubrick era uno de ellos. TenÃa coche, pero lo habÃa llevado a reparar la vÃspera y ahora se dirigÃa a recogerlo, utilizando un medio público de transporte.Aubrick viajaba en pie junto a una monja, sentada a su lado, quien rezaba pasando las cuentas de su rosario. Era joven y de rostro agradable, pero Aubrick no habÃa querido parecer demasiado curioso mirándola mucho rato. Ella ocupaba su asiento, que Aubrick le habÃa cedido galantemente cuando subió al autobús.Un poco más adelante, viajaba también un tipo elegantemente vestido, cuya presencia en el vehÃculo parecÃa un tanto fuera de lugar. Era un sujeto de buena estatura, no tan alto como Aubrick, fornido, de cara granujienta y ojos recelosos. Como todos los pasajeros de pie, se agarraba a las correas para no perder el equilibrio con los movimientos del autobús.La monja se levantó inopinadamente. Iba a apearse en la próxima parada, pensó Aubrick.