El joven viajero sonrió, poniendo de nuevo en marcha su vetusto automóvil de tercera o cuarta mano, con algunas dificultades a causa del intenso frÃo. Las ruedas se deslizaron pesadamente sobre la nieve endurecida y salpicada por la suciedad del fango, en el acceso a Waterville. El indicador quedó atrás. Luces y edificios aparecieron ante sus faros, destacando en el blanco paisaje nevado. Como fondo de todo aquello, a su derecha, un lago helado rodeado de pinos blancos, reflejaba la débil claridad de algunas de esas luces urbanas. Waterville no era un villorrio ni una aldea, sino una ciudad relativamente importante del condado de Kennebec, el mismo que acogÃa en su territorio a la capital del estado de Maine, Augusta. Sin embargo, lo parecÃa a primera vista. TenÃa todo el aspecto de un lugar provinciano, poco o nada animado, posiblemente con una vida social intensa, algunos negocios de madererÃa y de granjas agrÃcolas, con la existencia, bastante destacada en todo el estado, de alguna que otra empresa editorial. Las Artes Gráficas tenÃan fama en Maine, lo mismo que las industrias del papel. De momento, que él supiera, Waterville se podÃa permitir el lujo de tener dos periódicos, de diferente tendencia cada uno: republicano el uno, demócrata el otro. Con aquel maldito clima tan frÃo y extremo, pensó el viajero del desvencijado automóvil, la gente debÃa de ser muy aficionada a leer en una ciudad pequeña y provinciana como Waterville.