El doctor Baxter, perplejo, siguió al sacerdote al interior del cementerio. Caminaron por el suelo enfangado, entre viejas lápidas y cruces ladeadas. Llegaron finalmente al lugar donde la tarde anterior fuera enterrado Oliver Atwill.Atónito, el médico de Scunthorpe, contempló el montÃculo de tierra bajo el cual habÃa sido depositado el féretro del pequeño Oliver.Ahora la tumba aparecÃa abierta, la tierra a un lado. No habÃa el menor rastro del sepultado, dentro del abierto féretro blanco. De la tapa de éste habÃa sido rabiosamente arrancada, con astillas de madera, la cruz de metal que lo adornaba. Igualmente, alguien habÃa roto brutalmente la cruz de mármol que señalaba la sepultura, escribiendo luego sobre los fragmentos de la misma obscenas palabras con una tinta rojo oscura que se parecÃa extraordinariamente a la sangre.