Scarlett podÃa volver a cantar. Y a tocar su guitarra. Sobre todo, tocar su guitarra. Los temas folk saldrÃan fácilmente de su vibrante garganta. Siempre habÃa sido asÃ. Pero ella no era un jilguero. Cuando se veÃa enjaulada, no podÃa cantar. Y habÃa llevado un tiempo en la más desagradable de las jaulas imaginables. Ahora, todo eso quedaba atrás. Acababan de abrirle las puertas de la prisión. Le habÃan devuelto sus cosas, incluso su guitarra. Y unas guardianas, le habÃan deseado suerte. Y que nunca más volviera allÃ. Scarlett, en ese sentido, fue concreta, rotunda. Casi agresiva: ?Seguro. No volveré. Nunca. Si alguna vez he de ir a alguna parte? será a la Morgue. Pero nunca aquÃ. Lo juro.