Aquella tarde del sábado, la calle principal del pequeño poblado de Azona se encontraba muy animada. Desde el mediodÃa, en que terminara el trabajo en los campos y en los ranchos de aquella parte de la comarca, los peones se habÃan apresurado a acudir al poblado con ánimo de solazarse, disfrutando del asueto, y por esta causa, las calles habÃan cobrado un aspecto de dÃa de feria. Azona estaba situado a una distancia equidistante entre el célebre RÃo Pecos, al oeste, y el Devile, al este. Las comunicaciones para el poblado estaban constreñidas a un servicio de diligencias que efectuaban el recorrido tres veces por semana, de norte a sur y otras tres de sur a norte. Por ello, todos los dÃas llegaba un vehÃculo sobre la hora del mediodÃa, pero en ruta alternada.