Apenas habÃa despuntado el alba aquella mañana de mediados de abril, cuando casi todo el equipo del rancho Peñas Altas habÃa salido en tropel de sus galpones, armando un griterÃo de mil demonios. Jub, el dueño del rancho, dormÃa en el piso superior se habÃa asomado a la ventana de su dormitorio muy enojado por aquel estrépito que armaban sus rudos y alborotadores peones, y les habÃa gritado en todos los tonos de su poderosa garganta, que fuesen más comedidos y menos vocingleros. Pero la petición habÃa caÃdo en el vacÃo; aquélla era una de las pocas ocasiones en que su equipo no se sentÃa dispuesto a obedecer las órdenes del patrón. Este terminó por cerrar furiosamente la ventana de su dormitorio, dispuesto a vestirse. ComprendÃa que el dÃa no era el más oportuno para dar órdenes en aquel sentido, pues para el equipo, el dÃa era de los más anhelados de todo el año.