El dÃa era endemoniadamente caluroso. El sol apretaba de firme y el paisaje que se divisaba entre un halo medio gris, medio dorado que parecÃa caer de las alturas como un vaho desprendido de la atmósfera, era sucio, reseco, áspero y nada agradable. Y, sin embargo, aquella parte alta de Nuevo México, en la vieja ruta de Santa Fe, poseÃa un paisaje maravilloso, agradable, acogedor, cuando el tiempo era amable y permitÃa gozar con relativa calma de nervios de cuanto se desarrollaba en torno. El poblado, llamado Tierra Amarilla, que se asentaba en el centro del vano formado, a la izquierda, por las reservas indias de Jacarilla Apache y, a la derecha, por la lÃnea férrea que descendÃa desde Colorado, para ir a descansar de su carrera en la propia Santa Fe, era el más importante de aquella cuenca, y donde se podÃa resolver con más rapidez y eficacia cualquier asunto de trámite, pues allà habÃa Juzgado, Registro de Propiedades y algunas otras dependencias, donde todos los asuntos que afectaban a los vecinos del Condado tenÃan que ir a parar para adquirir carta de legalidad.