Se estaba celebrando el funeral por el eterno descanso de Clark Dalton y el acto constituÃa un gran éxito de público. La sala de ceremonias de Johnson y Johnson, empresa de pompas fúnebres, estaba casi repleta. En primera fila estaba la viuda. Era una viuda maravillosa y, si en la sala sólo hubiese estado ella, también podrÃa haberse dicho que estaba llena, tal era su belleza, su prestancia y, sobre todo, la esbeltez de sus curvas. Doris Dalton se habÃa preparado especialmente para aquel acto. LucÃa un delicioso vestido de encaje, una sinfonÃa en negro, que contrastaba con el color rojizo de su cabello, verdaderas llamaradas de fuego alrededor de un rostro de facciones sensitivas.