EN la trastienda de la armerÃa de su padre, manos y deseos desatados, Robert Lynn acariciaba y besaba a la linda rubia, que en vano intentaba frenar el acoso masculino. Apoyándola contra una de las estanterÃas, el ardoroso joven intentaba incrustarse en el cuerpo femenino, pero sin conseguir del todo levantar aquella falda que se oponÃa a sus deseos, como si fuese la muralla china.
El excitado Robert Lynn sudaba y jadeaba, esforzándose por convencer a la mujer:
?No seas tontita, Lori? ¡Pronto serás mi mujer!
?Te digo que no, Robert. ¡Aún no estamos casados!