El látigo caÃa sobre las anchas espaldas de aquel hombre, lamiendo su piel como una lengua de fuego. Pero Marcus Kodac nada decÃa, de sus labios no salÃa ni un solo lamento, ni un gemido, como si toda su atención estuviera centrada en mantener los dientes apretados para no tener ni un solo instante de debilidad. Para no delatar al amigo. Presidiendo la escena, frente al árbol sobre el cual permanecÃa atado Marcus Kodac, el dueño del rancho animó: ?Sigue, Spencer. ¡Sácale la piel a tiras! ?SÃ, señor Welby. ¡Hablará!