El prestigioso torneo de tenis de Roland Garros estaba llegando a su fin. Los dos finalistas, nada menos que el francés Maurice Bonlieau y el inglés Richard Howard, no daban por perdida una sola pelota. Era una maravilla verlos jugar. Con destreza, potencia y maestrÃa los dos habÃan ido eliminando a la flor y nata del tenis mundial: al joven checo Landu Dorenko, al norteamericano Davis Taylor, al español Mario Lázaro, al italiano Sandro Tucchi y hasta el fenómeno sueco Inge Munster. En las gradas ya no podÃa entrar ni un alfiler y el público, enardecido, aplaudÃa cada jugada. Naturalmente, aplaudÃan más a su compatriota y confiaban en el triunfo del estilizado Maurice Bonlieau, que en todo el largo torneo no habÃa perdido ni un solo set. El francés poseÃa un saque potente e impresionante, acudiendo a la red con celeridad cada vez que obligaba a su rival a devolver con dificultad la bola; entonces remataba el tanto con una bolea mortal de necesidad.