El despacho era reducido y modesto. DirÃase que correspondÃa a un pequeño funcionario de Servicios Exteriores de Su Graciosa Majestad. No tenÃa más que una ventana al exterior y esa ventana daba a un pequeño patio: Sólo habÃa en aquel lugar unos cuantos libros, un magnetófono de anticuado modelo y un mapa mural que bien pudiera haber estado en un colegio de primera enseñanza. Kleyton, el jefe de Servicio Oriental, preferÃa aquel despacho insignificante porque era el más seguro de toda la casa. Desde los tiempos de los raids aéreos de los nazis, durante la última guerra le habÃa quedado aquella idea: «Hay que estar en un lugar seguro, porque nunca se sabe lo que va a ocurrir». Jess Tunder habÃa encendido un cigarrillo. Le miraba con atención. ?¿En qué va a consistir mi trabajo esta vez, Kleyton?