Nadie pasaba por allÃ. A lo lejos se oÃa por WhitechapelHigh Street el estrépito de un autobús urbano. De vez en cuando el petardeo deun taxi que descendÃa hacia el Támesis y la Torre de Londres. O el ruido dealguna ventana en la vecindad, en las habitaciones de los inmigrantes que sedisponÃan a ir temprano a su trabajo. Otto Fairbanks realizó con calma y pulcritud su siniestratarea. Ni siquiera se puso nervioso cuando comprobó que un cuerpo humano tardaen desangrarse bastante más de lo que él habÃa supuesto. En el fondo ledivertÃa la idea de que era la primera vez que una mujer se desangraba en uncontrol subterráneo de los teléfonos de Londres. HabÃa sido original hasta eneso.