El hombre se detuvo ante el saloon. Montaba un magnÃfico caballo negro, lo cual permitÃa que el corcel y el jinete apenas se distinguiesen. Porque el jinete también iba vestido de negro. Era un hombre alto, de impecable musculatura, que parecÃa haber salido de un ring de lucha libre. Llevaba un solo revólver, tenÃa una mirada glacial y una cintura suave y flexible. Su piel estaba tostada por el sol y se movÃa con esa suave indiferencia de los pistoleros téjanos. Desmontó y entró en el saloon. Era un buen sitio.