Jamás habÃa asistido Larkey a una ceremonia tan triste como aquélla. Que una persona muera y sea despedida de este mundo siempre es triste y deprimente, pero que la muerta sea una niña de diez años que poco antes aún se divertÃa con sus juguetes resulta tan deplorable que uno, en cierto modo, tendrÃa ganas de morirse también. Y eso era lo que le pasaba a Larkey. No le gustaba la muerte, y mucho menos cuando la muerte hacÃa presa en un niño. Eso era algo que no podÃa resistir. Además la tarde era triste, era una de las tardes más deprimentes que recordaba en su vida.