PARECÍA mentira que un hombre tan joven y tan fuerte, un tipo con tanta planta de campeón, pudiera estar tan borracho. El dueño del saloon le arrojó un cubo de agua fría y luego otro, pero ni aún así consiguió despertarle. Entonces llamó a los dos matones que siempre estaban en la puerta vigilando a los que trataban de irse sin pagar. ?¡Eh, Bill! ¡Eh, Laurens! Los dos matones se acercaron y miraron al caído, que estaba hecho un guiñapo debajo de una mesa. Uno de ellos preguntó: ?¿Otra vez ése? ?¿Cuánto ha bebido esta vez? ?Una botella. Pero se la ha bebido casi de un trago. Eso no hay tío que lo resista ? gruñó el dueño del saloon. ?¿Y ha pagado? ?¿Ese? ¡Qué va a pagar!