?Buenas tardes, Ida. La joven apenas si miró. Supo que a su lado caminaba Félix. No le agradó en absoluto, pero su bello semblante no acusó alteración alguna.
?Voy de camino ?indicó Félix?. Supongo que no te importará que haga el recorrido hasta casa de mi tÃa, a tu lado. Ida se limitó a esbozar una sonrisa.
Era una muchacha de estatura más bien alta. Esbelta como un junco. TenÃa el cabello de un castaño leonado, y los ojos tan azules que parecÃan trozos de cielo. La naricilla palpitante, denotaba a la mujer sensitiva. Rafael Tuero, al referirse a ella, decÃa siempre: «Ida Bayón tiene un no sé qué celestial. Hay en su boca la exquisita ternura de todas las mujeres juntas. En sus ojos la suavidad del amor. En su pecho oscilante, la pasión doblada de una mujer que sabe dominarse.»
Posiblemente tuviera razón Rafael Tuero. De Ida podÃan decirse muchas cosas buenas, aunque hasta la fecha ningún hombre habÃa tenido el honor de poder decir que la conocÃa... Ida Bayón no era una mujer voluble ni enamoradiza. Jamás habÃa tenido novio, pese a los muchos pretendientes que pasaron por su puerta en aquellos últimos años. TenÃa veinticuatro y hacÃa más de cinco que trabajaba para Rafael Tuero y Felipe Pernus, como secretaria de la compañÃa de transportes y autobuses.