TERMINO de tomar su café y miró, una vez más, en torno. HabÃa mucha gente en la cafeterÃa del aeropuerto. HacÃa más de veinte minutos que el avión procedente de Filadelfia habÃa arribado al aeropuerto de Oregón, y Alexia Douglas empezaba a impacientarse. VestÃa pantalones azules, un zamarrón del mismo color con botones plateados. CubrÃa la cabeza con un gorro de viaje de piel de tigre y colgaba al hombro un gran bolso. Morena, con los ojos muy negros, joven y esbelta, atraÃa las miradas de algunos pasajeros, que, como ella, al llegar al aeropuerto, y una vez tramitados los asuntos legales, se cerraban en la cafeterÃa a tomar algo caliente. Alexia no estaba allà sólo por aquel motivo. SentÃa un frÃo espantoso, pero preferÃa terminar cuanto antes el viaje. Y el viaje para ella, por supuesto, no terminaba en Oregon. Consultó el reloj. Las cuatro de la tarde. Pagó la consumición y se apartó de la barra. HabÃa gente por todas partes. Gentes que habÃan llegado cuando ella y que, uno tras otro, iban desapareciendo. Los habÃa que llegaban cargados con un maletÃn, seguramente dispuestos a tomar el avión siguiente. Y algunos curiosos que se conformaban con discutir de polÃtica, armando un gran barullo.