?Buenos dÃas, MarÃa. ¿Me he retrasado? ?Todos esperan para comer, señorita Olivia. La aludida dejó los libros, el impermeable y los guantes en poder de la doncella y se dirigió a su alcoba saltando de dos en dos las escalinatas alfombradas que conducÃan al vestÃbulo superior. Penetró en su cuarto y se cerró en el baño. Minutos después descendÃa sin ruido, muy modosita, con el semblante preocupado. Era una muchacha de unos diecisiete años, delgadÃsima dentro de las ropas de corte deportivo, negro el cabello, verde la mirada; nariz respingona, boca demasiado grande, mostrando unos dientes muy limpios, pero desiguales. No era bella Olivia Tauro, y esto, lejos de contrariarla, le satisfacÃa. La familia Tauro tenÃa fama de seres guapos. Sus dos hermanas Teresa y Susana hacÃan estragos en la alta sociedad. Julio, su hermano, resultaba de un atractivo masculino nada común y se lo rifaban las chicas. Su madre, según decÃan, habÃa sido una belleza, y su padre... lo era aún. Bien, Olivia habÃa desertado y no se sentÃa molesta por ello, ni habÃa nacido en ella el complejo tan de moda en la actualidad. Ella era, en aquella gran ciudad valenciana, una estudiante de quinto curso, hija de padres ricos, hermana de chicas guapas; sin preocupaciones y con ganas de vivir, aunque no gustara a los chicos. Olivia nunca tuvo novio y esto no la inquietó lo más mÃnimo. Sus hermanas daban fiestas y ella, desde un agujerito, miraba todo cuanto ocurrÃa en el salón y se reÃa. Se reÃa de las monerÃas de sus pretendientes y de los silencios de los desdeñados.