Maud Rush abordó la calle respirando a pleno pulmón. Miró a un lado y a otro. Como siempre, Las Vegas, con su vida nocturna ininterrumpida, producÃa en ella cierta depresión, cierto cansancio y hastÃo. Lanzó una breve mirada aburrida tras de sÃ. El nightclub bullÃa como si fuera primera hora de la noche, y habÃan tocado ya las cuatro de la madrugada. ?¡Eh, Maud! ?gritó su compañera desde la Puerto?. Que te dejas el bolso. La joven dio un paso atrás. ?Gracias, Molly. Lo recogió y se lanzó a la calle. Las luces multicolor de las salas de juego, rutilaban en la noche parpadeante. Las gentes se perdÃan en las calles y en las plazas, como si fueran las doce del dÃa. Maud se sentÃa cansada. Muy cansada. TenÃa el turno de doce a cuatro de la madrugada en el guardarropÃa, y ella no era una frÃvola joven que gozara haciendo vida nocturna. Caminaba a paso ligero. TenÃa sueño. Era una muchacha más bien alta, de fino talle. El cabello castaño oscuro. Los ojos azules, preciosos, y una bona de largos labios, húmedos y sensitivos. VestÃa en aquel instante un modelo de tarde descotado, sin mangas. HacÃa mucho calor. Aligeró el paso, y fue entonces cuando vio al hombre apoyado en el farol callejero, contando tranquilamente las estrellas.