El último de los Mohicanos

—¿Es eso lo que Cora Munro esperaría de su protector? —dijo el joven mientras sonreía con tristeza, y también con amargura.

—No es momento para sutilezas inútiles ni falsas ilusiones —le contestó ella—, sino el momento en que la obligación de cada individuo debe ser ponderada en relación a los demás. No nos sirves de nada aquí, pero tu vida puede salvarse para el bien de otros.

El joven no respondió, aunque sus ojos se dejaron atraer por la hermosa imagen de Alice, quien se aferraba a su brazo con la dependencia de un niño pequeño.

Tras una pausa en la que parecía luchar contra un dolor más agudo que todos sus temores, Cora continuó diciendo:

—Considera que lo peor que nos puede ocurrir es que muramos; algo que con el tiempo nos afectará a todos, siendo Dios el que decide cuándo ha de suceder.

—Hay males peores que la muerte —dijo Duncan con acritud, como si le hubiesen ofendido las observaciones de la muchacha—, cosas que pueden evitarse por parte de aquél que esté dispuesto a morir por vosotras.

Cora desistió en su empeño, y cubriéndose el rostro con su chal, se llevó a la atemorizada Alice consigo hasta la zona más profunda de la caverna.

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