El último de los Mohicanos

—Uncas se queda —respondió tranquilamente en inglés el joven mohicano.

—¿Para contribuir al horror del momento de nuestra captura y darnos menos posibilidades de ser liberados? Vete, joven valiente —continuó Cora, brindándole una caída de ojos, consciente quizá de su poder de convicción—; ve a donde está mi padre, como ya he dicho, y hazte el más fiel de mis mensajeros. Dile que te confié la misión para que él pueda liberar a sus hijas. ¡Vete! ¡Ése es mi deseo! ¡Le pido a Dios que te pongas en camino!

El tranquilo semblante del joven jefe indio se tomó apesadumbrado, pero no vaciló más. Sin el menor ruido, avanzó hacia la roca y se introdujo en la agitada corriente acuática. Los que se quedaron atrás contuvieron la respiración hasta ver la cabeza del joven guerrero emerger en busca de aire, ya muy a lo lejos, justo antes de hundirse sin dejar rastro.

Estas hazañas tan repentinas y aparentemente exitosas habían tenido lugar en cuestión de unos minutos; una pequeña porción del preciado tiempo que transcurría. Tras ver a Uncas por última vez, Cora se volvió para dirigirse a Heyward, sus labios temblorosos al hablar:

—He oído acerca de tu capacidad de moverte en el agua, Duncan —dijo—. Sigue pues, el sabio ejemplo de estos seres tan fieles y sencillos.

eXTReMe Tracker