El último de los Mohicanos

David se tapó los oídos ante el grito colectivo de la manada de niños, que debió oírse por todo el bosque; tras lo cual, mordiéndose el labio y avergonzado de su debilidad supersticiosa, dijo con firmeza:

—Sigamos.

Sin quitar las manos de sus oídos, el maestro de canto le hizo caso, y juntos continuaron su camino hacia el lugar donde, según David, se encontraban «las tiendas de los Filisteos».











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