La Divina Comedia

tal como en Roma la gran muchedumbre,

del año jubilar, alli en el puente

precisa de cruzar en doble vía,

que por un lado todos van de cara

hacia el castillo y a San Pedro marchan;

y de otro lado marchan hacia el monte.

De aquí, de allí, sobre la oscura roca,

vi demonios cornudos con flagelos,

que azotaban cruelmente sus espaldas.

¡Ay, cómo hacían levantar las piernas

a los primeros golpes!, pues ninguno

el segundo esperaba ni el tercero.

Mientras andaba, en uno mi mirada

vino a caer; y al punto yo me dije:

«De haberle visto ya no estoy ayuno.»

Y así paré mi paso para verlo:

y mi guía conmigo se detuvo,

y consintió en que atrás retrocediera.

Y el condenado creía ocultarse

bajando el rostro; mas sirvió de poco,

pues yo le dije: «Oh tú que el rostro agachas,

si los rasgos que llevas no son falsos,

Venedico eres tú Caccianemico;

mas ¿qué te trae a salsas tan picantes?»

Y repuso: «Lo digo de mal grado;

pero me fuerzan tus claras palabras,

que me hacen recordar el mundo antiguo.

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