La Divina Comedia

CANTO XXVII

Quieta estaba la llama ya y derecha

para no decir más, y se alejaba

con la licencia del dulce poeta,

cuando otra, que detrás de ella venía,

hizo volver los ojos a su punta,

porque salía de ella un son confuso.

Como mugía el toro siciliano

que primero mugió, y eso fue justo,

con el llanto de aquel que con su lima

lo templó, con la voz del afligido,

que, aunque estuviese forjado de bronce,

de dolor parecía traspasado;

así, por no existir hueco ni vía

para salir del fuego, en su lenguaje

las palabras amargas se tornaban.

Mas luego al encontrar ya su camino

por el extremo, con el movimiento

que la lengua le diera con su paso,

escuchamos: «Oh tú, a quien yo dirijo

la voz y que has hablado cual lombardo,

diciendo: "Vete ya; más no te incito",

aunque he llegado acaso un poco tarde,

no te pese el quedarte a hablar conmigo:

¡Mira que no me pesa a mí, que ardo!

Si tú también en este mundo ciego

has oído de aquella dulce tierra

latina, en que yo fui culpable, dime

eXTReMe Tracker