«Yo fui de Arezzo, y Albero el de Siena
—repuso uno— púsome en el fuego,
pero no me condena aquella muerte.
Verdad es que le dije bromeando:
"Yo sabré alzarme en vuelo por el aire"
y aquél, que era curioso a insensato,
quiso que le enseñase el arte; y sólo
porque no le hice Dédalo, me hizo
arder así como lo hizo su hijo.
Mas en la última bolsa de las diez,
por la alquimia que yo en el mundo usaba,
me echó Minos, que nunca se equivoca.»
Y yo dije al maestro: «tHa habido nunca
gente tan vana como la sienesa?
cierto, ni la francesa llega a tanto.»
Como el otro leproso me escuchara,
repuso a mis palabras: «Quita a Stricca,
que supo hacer tan moderados gastos;
y a Niccolò, que el uso dispendioso
del clavo descubrió antes que ninguno,
en el huerto en que tal simiento crece;
y quita la pandilla en que ha gastado
Caccia d'Ascian la viña y el gran bosque,
y el Abbagliato ha perdido su juicio.
Mas por que sepas quién es quien te sigue
contra el sienés, en mí la vista fija,
que mi semblante habrá de responderte: