La Divina Comedia

Más que nunca temí la muerte entonces,

y el miedo solamente bastaría

aunque no hubiese visto las cadenas.

Seguimos caminando hacia adelante

y llegamos a Anteo: cinco alas

salían de la fosa, sin cabeza.

«Oh tú que en el afortunado valle

que heredero a Escipión de gloria hizo,

al escapar Aníbal con los suyos,

mil leones cazaste por botín,

y que si hubieses ido a la alta lucha

de tus hermanos, hay quien ha pensado

que vencieran los hijos de la Tierra;

bájanos, sin por ello despreciarnos,

donde al Cocito encierra la friura.

A Ticio y a Tifeo no nos mandes;

éste te puede dar lo que deseas;

inclínate, y no tuerzas el semblante.

Aún puede darte fama allá en el mundo,

pues que está vivo y larga vida espera,

si la Gracia a destiempo no le llama.»

Así dijo el maestro; y él deprisa

tendió la mano, y agarró a mi guía,

con la que a Hércules diera el fuerte abrazo.

Virgilio, cuando se sintió cogido,

me dijo: «Ven aquí, que yo te coja»;

luego hizo tal que un haz éramos ambos.

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