«Vexilla regis prodeunt inferni
contra nosotros, mira, pues, delante
—dijo el maestro— a ver si los distingues.»
Como cuando una espesa niebla baja,
o se oscurece ya nuestro hemisferio,
girando lejos vemos un molino,
una máquina tal creí ver entonces;
luego, por aquel viento, busqué abrigo
tras de mi guía, pues no hallé otra gruta.
Ya estaba, y con terror lo pongo en verso,
donde todas las sombras se cubrían,
traspareciendo como paja en vidrio:
Unas yacen; y están erguidas otras,
con la cabeza aquella o con las plantas;
otra, tal arco, el rostro a los pies vuelve.
Cuando avanzamos ya lo suficiente,
que a mi maestro le plació mostrarme
la criatura que tuvo hermosa cara,
se me puso delante y me detuvo,
«Mira a Dite —diciendo—, y mira el sitio
donde tendrás que armarte de valor.»
De cómo me quedé helado y atónito,
no lo inquieras, lector, que no lo escribo,
porque cualquier hablar poco sería.
Yo no morí, mas vivo no quedé:
piensa por ti, si algún ingenio tienes,
cual me puse, privado de ambas cosas.