La Divina Comedia

CANTO XXXIV

«Vexilla regis prodeunt inferni

contra nosotros, mira, pues, delante

—dijo el maestro— a ver si los distingues.»

Como cuando una espesa niebla baja,

o se oscurece ya nuestro hemisferio,

girando lejos vemos un molino,

una máquina tal creí ver entonces;

luego, por aquel viento, busqué abrigo

tras de mi guía, pues no hallé otra gruta.

Ya estaba, y con terror lo pongo en verso,

donde todas las sombras se cubrían,

traspareciendo como paja en vidrio:

Unas yacen; y están erguidas otras,

con la cabeza aquella o con las plantas;

otra, tal arco, el rostro a los pies vuelve.

Cuando avanzamos ya lo suficiente,

que a mi maestro le plació mostrarme

la criatura que tuvo hermosa cara,

se me puso delante y me detuvo,

«Mira a Dite —diciendo—, y mira el sitio

donde tendrás que armarte de valor.»

De cómo me quedé helado y atónito,

no lo inquieras, lector, que no lo escribo,

porque cualquier hablar poco sería.

Yo no morí, mas vivo no quedé:

piensa por ti, si algún ingenio tienes,

cual me puse, privado de ambas cosas.

eXTReMe Tracker