La Divina Comedia

El monarca del doloroso reino,

del hielo aquel sacaba el pecho afuera;

y más con un gigante me comparo,

que los gigantes con sus brazos hacen:

mira pues cuánto debe ser el todo

que a semejante parte corresponde.

Si igual de bello fue como ahora es feo,

y contra su hacedor alzó los ojos,

con razón de él nos viene cualquier luto.

¡Qué asombro tan enorme me produjo

cuando vi su cabeza con tres caras!

Una delante, que era toda roja:

las otras eran dos, a aquella unidas

por encima del uno y otro hombro,

y uníanse en el sitio de la cresta;

entre amarilla y blanca la derecha

parecia; y la izquierda era tal los que

vienen de allí donde el Nilo discurre.

Bajo las tres salía un gran par de alas,

tal como convenía a tanto pájaro:

velas de barco no vi nunca iguales.

No eran plumosas, sino de murciélago

su aspecto; y de tal forma aleteaban,

que tres vientos de aquello se movían:

por éstos congelábase el Cocito;

con seis ojos lloraba, y por tres barbas

corría el llanto y baba sanguinosa.

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