Era la hora en que quiere el deseo
enternecer el pecho al navegante,
cuando de sus amigos se despide;
y que de amor el nuevo peregrino
sufre, si escucha lejos una esquila,
que parece llorar el día muerto;
cuando yo comencé a dejar de oír,
y a mirar hacia un alma que se alzaba
pidiendo con la mano que la oyeran.
Juntó y alzó las palmas, dirigiendo
los ojos hacia oriente, de igual modo
que si dijese a Dios: «Sólo en ti pienso.»
Con tanta devoción Te lucis ante
le salió de la boca en dulces notas,
que le hizo a mi mente enajenarse;
y las otras después dulces y pías
seguir tras ella, completando el himno,
puestos los ojos en la extrema esfera.
A la verdad aguza bien los ojos,
lector, que el velo ahora es tan sutil,
que es fácil traspasarlo ciertamente.
Yo aquel gentil ejército veía
callado luego contemplar el suelo,
como esperando pálido y humilde;
y vi salir de lo alto y descender
dos ángeles con dos ardientes gladios
truncos y de la punta desprovistos.