La Divina Comedia

CANTO VIII

Era la hora en que quiere el deseo

enternecer el pecho al navegante,

cuando de sus amigos se despide;

y que de amor el nuevo peregrino

sufre, si escucha lejos una esquila,

que parece llorar el día muerto;

cuando yo comencé a dejar de oír,

y a mirar hacia un alma que se alzaba

pidiendo con la mano que la oyeran.

Juntó y alzó las palmas, dirigiendo

los ojos hacia oriente, de igual modo

que si dijese a Dios: «Sólo en ti pienso.»

Con tanta devoción Te lucis ante

le salió de la boca en dulces notas,

que le hizo a mi mente enajenarse;

y las otras después dulces y pías

seguir tras ella, completando el himno,

puestos los ojos en la extrema esfera.

A la verdad aguza bien los ojos,

lector, que el velo ahora es tan sutil,

que es fácil traspasarlo ciertamente.

Yo aquel gentil ejército veía

callado luego contemplar el suelo,

como esperando pálido y humilde;

y vi salir de lo alto y descender

dos ángeles con dos ardientes gladios

truncos y de la punta desprovistos.

eXTReMe Tracker