La Divina Comedia

Se inclinó tanto al vicio de lujuria,

que la lascivia licitó en sus leyes,

para ocultar el asco al que era dada:

Semíramis es ella, de quien dicen

que sucediera a Nino y fue su esposa:

mandó en la tierra que el sultán gobierna.

Se mató aquella otra, enamorada,

traicionando el recuerdo de Siqueo;

la que sigue es Cleopatra lujuriosa.

A Elena ve, por la que tanta víctima

el tiempo se llevó, y ve al gran Aquiles

que por Amor al cabo combatiera;

ve a Paris, a Tristán.» Y a más de mil

sombras me señaló, y me nombró, a dedo,

que Amor de nuestra vida les privara.

Y después de escuchar a mi maestro

nombrar a antiguas damas y caudillos,

les tuve pena, y casi me desmayo.

Yo comencé: «Poeta, muy gustoso

hablaría a esos dos que vienen juntos

y parecen al viento tan ligeros.»

Y él a mí: «Los verás cuando ya estén

más cerca de nosotros; si les ruegas

en nombre de su amor, ellos vendrán.»

Tan pronto como el viento allí los trajo

alcé la voz: «Oh almas afanadas,

hablad, si no os lo impiden, con nosotros.»

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