Mientras que por la orilla uno tras otro
marchábamos y el buen maestro a veces
«Mira —decía— como te he advertido»;
sobre el hombro derecho el sol me hería,
que ya, radiando, todo el occidente
el celeste cambiaba en blanco aspecto;
y hacía con mi sombra más rojiza
la llama parecer; y al darse cuenta
vi que, andando, miraban muchas sombras.
Esta fue la ocasión que les dio pie
a que hablaran de mí—, y así empezaron
«Este cuerpo ficticio no parece»;
luego vueltos a mí cuanto podían,
se cercioraron de ello, con cuidado
siempre de no salir de donde ardiesen.
«Oh tú que vas, no porque tardo seas,
mas tal vez reverente, tras los otros,
respóndeme, que en este fuego ardo.
No sólo a mí aproveche tu respuesta;
pues mayor sed tenemos todos de ella
que de agua fría la India o la Etiopía.
Dinos cómo es que formas de ti un muro
al sol, de tal manera que no hubieses
aún entrado en las redes de la muerte.»
Así me hablaba uno; y yo me hubiera
ya explicado, si no estuviese atento