La Divina Comedia

Cual hace el perro que ladrando rabia,

y mordiendo comida se apacigua,

que ya sólo se afana en devorarla,

de igual manera las bocas impuras

del demonio Cerbero, que así atruena

las almas, que quisieran verse sordas.

Íbamos sobre sombras que atería

la densa lluvia, poniendo las plantas

en sus fantasmas que parecen cuerpos.

En el suelo yacían todas ellas,

salvo una que se alzó a sentarse al punto

que pudo vernos pasar por delante.

«Oh tú que a estos infiernos te han traído

—me dijo— reconóceme si puedes:

tú fuiste, antes que yo deshecho, hecho.»

«La angustia que tú sientes —yo le dije—

tal vez te haya sacado de mi mente,

y así creo que no te he visto nunca.

Dime quién eres pues que en tan penoso

lugar te han puesto, y a tan grandes males,

que si hay más grandes no serán tan tristes.»

Y él a mfí «Tu ciudad, que tan repleta

de envidia está que ya rebosa el saco,

en sí me tuvo en la vida serena.

Los ciudadanos Ciacco me llamasteis;

por la dañosa culpa de la gula,

como estás viendo, en la lluvia me arrastro.

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