allí nació el amante infatigable
de la cristiana fe, el atleta santo
fiero al contrario y bueno con los suyos;
y en cuanto fue creada, fue repleta
tanto su mente de activa virtud
que, aún en la madre, la hizo profetisa.
Al celebrarse ya en la santa fuente
los esponsales entre él y la Fe,
la mutua salvación dándose en dote,
la mujer que por él dio asentimiento,
vio en un sueño ese fruto prodigioso
que saldría de aquél y su progenie;
y porque fuese cual era, aun de nombre,
un espíritu vino a señalarlo
del posesivo de quien era entero.
Fue llamado Domingo; y hablo de él
como del labrador que eligió Cristo
para que le ayudase con su huerto.
Bien se mostró de Cristo mensajero;
pues el primer amor del que dio prueba
fue al consejo primero que dio Cristo.
Muchas veces despierto y en silencio
lo encontró su nodriza echado en tierra
cual diciendo: «He venido para esto.»
¡Oh en verdad padre suyo venturoso!
¡Oh madre suya Juana verdadera,
si se interpreta tal como se dice!