Volví a fijar mis ojos en el rostro
de mi dama, y mi espíritu con ellos,
de cualquier otro asunto retirado.
No se reía; mas «Si me riese
—dijo— te ocurriría como cuando
fue Semele en cenizas convertida:
pues mi belleza, que en los escalones
del eterno palacio más se acrece,
como has podido ver, cuanto más sube,
si no la templo, tanto brillaría
que tu fuerza mortal, a sus fulgores,
rama sería que el rayo desgaja.
Al séptimo esplendor hemos subido,
que bajo el pecho del León ardiente
con él irradia abajo su potencia.
Fija tu mente en pos de tu mirada,
y haz de aquélla un espejo a la figura
que te ha de aparecer en este espejo.»
Quien supiese cuál era la delicia
de mi vista mirando el santo rostro,
al poner mi atención en otro asunto,
sabría de qué forma me era grato
obedecer a rrú celeste escolta,
si un placer con el otro parangono.
En el cristal que tiene como nombre,
rodeando el mundo, el de su rey querido
bajo el que estuvo muerta la malicia,