que las de un niño que aún la leche mama.
No porque más que un solo aspecto hubiera
en la radiante luz que yo veía,
que es siempre igual que como era primero;
mas por mi vista que se enriquecía
cuando miraba su sola apariencia,
cambiando yo, ante mí se transformaba.
En la profunda y clara subsistencia
de la alta luz tres círculos veía
de una misma medida y tres colores;
Y reflejo del uno el otro era,
como el iris del iris, y otro un fuego
que de éste y de ése igualmente viniera.
¡Cuán corto es el hablar, y cuán mezquino
a mi concepto! y éste a lo que vi,
lo es tanto que no basta el decir «poco».
¡Oh luz eterna que sola en ti existes,
sola te entiendes, y por ti entendida
y entendiente, te amas y recreas!
El círculo que había aparecido
en ti como una luz que se refleja,
examinado un poco por mis ojos,
en su interior, de igual color pintada,
me pareció que estaba nuestra efigie:
y por ello mi vista en él ponía.
Cual el geómetra todo entregado
al cuadrado del círculo, y no encuentra,