La Divina Comedia

ni cuando la cintura el pobre Ícaro

sin alas se notó, ya derretidas,

gritando el padre: «¡Mal camino llevas!»;

que el mío fue, cuando noté que estaba

rodeado de aire, y apagada

cualquier visión que no fuese la fiera;

ella nadando va lenta, muy lenta;

gira y desciende, pero yo no noto

sino el viento en el rostro y por debajo.

Oía a mi derecha la cascada

que hacía por encima un ruido horrible,

y abajo miro y la cabeza asomo.

Entonces temí aún más el precipicio,

pues fuego pude ver y escuchar llantos;

por lo que me encogí temblando entero.

Y vi después, que aún no lo había visto,

al bajar y girar los grandes males,

que se acercaban de diversos lados.

Como el halcón que asaz tiempo ha volado,

y que sin ver ni señuelo ni pájaro

hace decir al halconero: «¡Ah, baja!»,

lento desciende tras su grácil vuelo,

en cien vueltas, y a lo lejos se pone

de su maestro, airado y desdeñoso,

de tal modo Gerión se posó al fondo,

al mismo pie de la cortada roca,

y descargadas nuestras dos personas,

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