El Zarco

—Además, madrina, Nicolás no era querido, y usted lo sabe muy bien; Manuela no podía sufrir ni su presencia. Habría sido preciso que tanto él como ella fingieran aborrecerse para que esto pudiera ser. Pero, ¿para qué semejante disimulo?

—Pues es claro —replicó doña Antonia—. No, no hay que pensar en ello, pero entonces, ¿quién, Dios mío?

—Será preciso avisar a la autoridad —dijo el tío de Pilar.

En este momento entró en la casa un muchacho, un trabajadorcito de las cercanías, y dijo que unos hombres que iban a caballo con una señora lo habían encontrado muy de madrugada y lo habían detenido más allá de Atlihuayan y al empezar la cuesta del monte, y que la señora, que era muchacha, le había dicho que viniera a Yautepec a traer una carta a su mamá, dándole las señas de la casa.

Doña Antonia abrió apresuradamente el papel, que estaba escrito con lápiz y que no contenía más que estas breves palabras:

Mamá:

Perdóname, pero era preciso que hiciera lo que he hecho. Me voy con un hombre a quien quiero mucho, aunque no puedo casarme con él por ahora. No me llores porque soy feliz y que no nos persigan, porque es inútil.

Manuela.

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