El Zarco

Capítulo 12. La carta

El examen de la huerta y de la calle hecho por los tíos de Pilar y por Pilar misma, no hicieron más que confirmar las sospechas de doña Antonia. Manuela se había escapado en los brazos de un amante.

Los tíos de Pilar encontraron al pie de la cerca, y medio oculta entre la maleza y el lodo, la linterna sorda que había servido a la joven para alumbrarse y que arrojó allí al huir.

Quedaba ahora por averiguar quién o quiénes habían sido los raptores de la joven, y sobre este particular nadie se atrevía a aventurar una sola palabra, porque nadie tenía tampoco en qué fundar la menor conjetura.

La pobre madre, en el paroxismo de su dolor, se había atrevido a mencionar el nombre del honrado herrero de Atlihuayan; pero en el instante, tanto ella como Pilar y sus tíos, habían exclamado con admiración y sorpresa:

—¡Imposible!

—En efecto, ¡imposible! —decía doña Antonia—; ¿qué necesidad tenía Nicolás de arrebatar a la muchacha cuando yo se la habría dado con todo mi corazón?… ¡Soy una tonta y sólo mi aflicción puede disculpar esta palabra imprudente! ¡Que Dios me la perdone! Nicolás no me la perdonaría.

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