El Zarco

Pilar se echó en sus brazos llorando; los circunstantes, conmovidos ante aquella escena, procuraron también consolar a la joven, y Nicolás salió inmediatamente para preparar los funerales de doña Antonia. Como la anciana había dejado algunos intereses, era preciso asegurarlos, puesto que no había dejado testamento, y que la hija única que tenía, había abandonado la casa materna.

Desde luego las autoridades locales quisieron disponer que vendiesen la casa y la huerta para atender los gastos precisos; pero Nicolás se opuso a ello, ofreciendo hacer los gastos por su cuenta, como un homenaje a la memoria de su virtuosa amiga. Rehusó también encargarse del cuidado y administración de aquellos pocos bienes, que las autoridades le encargaban, alegando razones de delicadeza bien comprensibles en su situación; de modo que aquel modesto patrimonio fue ocupado legalmente, pero sin intervención del honrado herrero.






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