El Zarco

Aquello había pesado en tiempos ya remotos, a pesar de que no habían transcurrido desde tales sucesos ni quince años. Por otra parte, las circunstancias eran diversas. En aquella época se trataba de perseguir a cuadrillas de salteadores vulgares, compuestas de diez, de veinte, a lo sumo de cuarenta bandidos, que se dispersaban al menor ataque y cuyo recurso constante era la fuga. Se estaba en una paz relativa, y podían las fuerzas organizadas de varios Estados concurrir a las combinaciones para atacar a una partida numerosa; las poblaciones y los hacendados ricos podían prestar sus auxilios, las escoltas recorrían constantemente los caminos, y hombres conocedores de todas las guaridas servían de guías o eran los perseguidores.

Pero ahora era diferente. Ahora el gobierno federal se hallaba demasiado preocupado con la guerra que aún sostenían las huestes de Márquez, de Zuloaga, de Mejía y de otros caudillos clericales, que aún reunían en torno suyo numerosos partidarios; la intervención extranjera era una amenaza que comenzaba a traducirse en hechos, precisamente en el tiempo en que se verificaban los sucesos que relatamos, y como era natural, la nación toda se conmovía, esperando una invasión extranjera que iba a producir una guerra sangrienta y larguísima, que, en efecto, se desencadenó un año después y que no concluyó con el triunfo de la República sino en 1867.

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