El Zarco

Un grupo de mujerzuelas, desarrapadas y sucias, se apresuró a recibir aquellas cosas y los recién llegados penetraron en aquel pandemónium, en que se aglomeraban objetos abigarrados y extraños, y gentes de catadura diversa.

Por acá, y cerca de la puerta, estaba la cocina de humo, es decir, el fogón de leña en que se cocían las tortillas, y junto al cual estaba la molendera con su metate y demás accesorios. Un poco más lejos estaba otro fogón, en el que se preparaban los guisados en ollas o en cazuelas negras. Del otro lado había sillas de montar puestas en palos atravesados, mecates en que se colgaba la ropa, es decir, calzoneras, chaquetas, sarapes, túnicas viejos de percal o de lana; en un rincón se revolcaba un enfermo de fiebre con la cabeza envuelta en un pañolón desgarrado y sucio; más allá un grupo de mujeres desgreñadas remendaban ropa blanca o hacían vendas, y al último, en el fondo de la capilla, junto al altar mayor, convertido en escombro, y dividida de la nave por una cortina hecha de sábanas y de petates, se hallaba la alcoba del Zarco, que contenía un catre de campaña, colchones tirados en el suelo, algunos bancos de madera y algunos baúles de madera forrados de cuero. Tal era el mueblaje que iba a ofrecer aquel galán a la joven dama que acababa de arrebatar de su hogar tranquilo.

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