El Zarco

—Bueno —replicó Juárez, después de leer las cartas y guardándolas en seguida—, no tenga usted cuidado por él; ya no libertará a ninguno. ¿Qué más desea usted?

—Armas, nada más, armas, porque no tengo sino unas cuantas. No necesito muchas, porque yo se las quitaré a los bandidos, pero para empezar, necesitaré cien más.

—Cuente usted con ellas. Mañana venga usted al Ministerio de la Guerra y tendrá usted todo. Pero usted me limpiará de ladrones ese rumbo.

—Lo dejaré, señor, en orden.

—Bueno, y hará usted un servicio patriótico, porque hoy es necesario que el gobierno no se distraiga para pensar sólo en la guerra extranjera y en salvar la independencia nacional.

—Confíe usted en mí, señor presidente.

—Y mucha conciencia, señor Sánchez; usted lleva facultades extraordinarias pero siempre con la condición de que debe usted obrar con justicia, la justicia ante todo. Sólo la necesidad puede obligarnos a usar de estas facultades, que traen tan grande responsabilidad, pero yo sé a quién se las doy. No haga usted que me arrepienta.

—Me manda usted fusilar si no obro con justicia —dijo Martín; Juárez se levantó y alargó la mano al terrible justiciero.

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