El Zarco

El Zarco llegaba aquí en sus cavilaciones cuando se detuvo sobresaltado oyendo el canto repentino y lúgubre de un búho, y que salía de las ramas frondosas de un amate gigantesco, frente al cual iba pasando.

—¡Maldito tecolote! —exclamó en voz baja, sintiendo circular en sus venas un frío glacial—. ¡Siempre se le ocurre cantar cuando yo paso! ¿Qué significará esto? —añadió, con la preocupación que es tan común en las almas groseras y supersticiosas, y quedó sumergido un momento en negras reflexiones. Pero repuesto a poco, espoleó su caballo, con ademán despreciativo.

—¡Bah! Esto no le da miedo más que a los indios, como el herrero de Atlihuayan; yo soy blanco y güero… a mí no me hace nada.

Y se alejó al trote para encumbrar la montaña.





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