El Zarco

—Son mis amigos, que han venido a acompañarme por lo que se ofreciera… Vamos, pues; adelante, muchachos, y antes de que crezca el río —dijo el Zarco, picando su caballo, en cuya grupa había colocado, al estilo de la tierra caliente, a la hermosa joven.

Y el grupo de jinetes se dirigió apresurado a orillas del pueblo, atravesó el río, que ya comenzaba a crecer y se perdió entre las más espesas tinieblas.

Si algún campesino supersticioso hubiese visto a la luz de los relámpagos pasar, como deslizándose entre los árboles azotados por la tempestad, aquel grupo compacto de jinetes envueltos en negras capas a semejante hora y en semejantes tiempos, de seguro habría creído que era una patrulla de espíritus infernales o almas en pena de bandidos, purgando sus culpas en noche tan espantosa.






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